sábado, 27 de febrero de 2010

ESCUPIR LA VIDA

Sus pasos eran inseguros a medida que se acercaba a la puerta entreabierta del baño. Miró hacia el suelo de baldosas, hacia sus pies delgados, sus pantorrillas temblorosas. Lentamente, se arrodilló frente al retrete y sintió el frío blanco del suelo. Todavía notaba el peso de la última comida en el estómago. Le habían obligado a acabar el plato aunque ella ya no quería más. Se sentía terriblemente culpable por haber resistido tan poco y comido tanto. Sus manos finas se tensaron y clavó las uñas en su muslo. Odiaba vomitar. Siempre lo había odiado. Odiaba esa sensación en la garganta, que le hacía creer que podía ahogarse. Aquellos sofocos cuando no conseguía respirar entre las arcadas.
Sintió que se ponía pálida sólo de pensarlo, y sus piernas se tensaron inconscientemente para levantarse. Pero entonces acudieron de golpe la cara de el chico, sus palabras, el pantalón ajustado, la aguja de la báscula. Y ella hundió el rostro entre las manos, y se dejó llevar un momento por el pánico. No quería hacerlo. No quería moverse de allí. Odiaba las náuseas, y se sentía despreciable por estar tan sucumbida por la opinión de los demás. ¿Hacía todo eso por esa razón?
Sin darse tiempo a pensar, se inclinó sobre el retrete, alzó la tapa rápidamente y metio los dedos en su boca cerrando los ojos con fuerza. Los retuvo unos instantes contra el paladar, y entonces los impulsó hacia su garganta, y sintió una arcada que sacudía su pecho. ¿O era un sollozo? Volvió a empujar la mano, y sacó los dedos mojados de saliva , al tiempo que el vómito inundó su boca y cayó por el pozo blanco del retrete. Como todas las veces, ella sintió que se ahogaba, y se aferró con ambos brazos a la taza del báter jadeando. Las lágrimas ardían bajo sus párpados. Volvió a sacudirla una nueva arcada, y escupió un chorro de vida. En ese momento abrió los ojos, y el líquido y su color amarillo, le parecieron su dignidad, su alegría, su fuerza, que las estaba sacando de sí misma a costa de meter los dedos. Sólo duró un segundo. Pero ya no se sintió capaz de segui devolviendo. ¿Y al día siguiente? ¿Lo haría de nuevo? ¿Continuaría con esto hasta llegar a los 49 kilos? ¿Y entonces? ¿Sería capaz de parar o seguiría escupiendo vida?
Se enderezó frente al retrete, y todavía se quedó allí minutos enteros. El sabor amargo del vómito envolvía su paladar. El sabor de la derrota.

4 comentarios:

Selina dijo...

No la insultéis a la pobre, que bastante tiene ya con sentirse vómito.

Selina dijo...

No, Alemi, esto no es una historia real, desde luego yo NUNCA haría esto!

alemii dijo...

Me has pillado.Me alegro de que no sea una historia real,¡más te vale!
Espero que nunca llegue a pasar eso,porque a todo se llega...,pero yo confío en ti,en tu personalidad,en que no te dejarás llevar por los comentarios absurdos de algunos y en que no te crearás más paranoyas.

Selina dijo...

Lo del vómito no es en absoluto con ánimo de ofensa, todo lo contrario... la estoy defendiendo para quien piense cosas malas de ella... una no elige verse gorda, y bastante tiene con sentirse así...