No era la mujer más guapa de aquella fiesta.
Pero era la única mujer.
A su lado, ninguna otra podía ser contemplada.
Ella resumía en su frente
la frente de todas las mujeres. En sus rodillas llevaba
todas las rodillas -más jóvenes o más gastadas- de griegas y gaviotas.
Parecía vestida con la piel de una tormenta
(y el mundo temblaba cuando ella se movía).
Porque ella resumía en sus gestos
los gestos de todas las mujeres. Y todas las mujeres dormían,
a su lado,
muriéndose lentamente
absorbidas por aquella otra mujer inigualable.
Algunas no se decidían a cerrar los ojos,
empeñadas en existir un rato.
Otras soportaban
con mayor dignidad su transparencia.
No era, con mucho, la más guapa de la fiesta.
Tampoco destacaba, alta o sibarita,
entre aquella masacre de amazonas derrotadas.
Pero el mundo se murió de pronto
cuando ella se fue muda,
y sin decir nada tapó su cuerpo con un abrigo blanco
que vistió a la vez a todas las mujeres
y apagó también
todas las tormentas.
Dejamos de ver su frente,
se acabaron la piel y las mañanas. Desaparecieron todas.
martes, 25 de junio de 2013
domingo, 23 de junio de 2013
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