miércoles, 31 de marzo de 2010

A CAFÉ

A café.
Sabían a café aquellas tardes de invierno.
A gris.
Olían a gris húmedo a través de los cristales.

Rincón donde yo deshacía ante ti
mis problemas y palabras,
anudadas hasta entonces en mi garganta,
y que ahora me parecían tan frágiles y vacías,
sólo con que tú las escucharas.

A lluvia.
Se sentían de lluvia esos momentos,
entremezcladas las gotas con el repiqueteo de un reloj,
una carrera esférica que siempre acababa
demasiado pronto en las agujas.

A humo.
Se desvanecían como el humo las preocupaciones
cuando tú, mirándome con tus ojos grises,
decías que todo iba a salir bien.


A ti.
Sabían a ti aquellas tardes de invierno.
Eras tú su olor, su sentido.
Y tú te desvaneciste con ellas.
Demasiado pronto en el tiempo.


Pero gracias por todos los cafés saturados de azúcar, y por escucharme. Gracias.