A café.
Sabían a café aquellas tardes de invierno.
A gris.
Olían a gris húmedo a través de los cristales.
Rincón donde yo deshacía ante ti
mis problemas y palabras,
anudadas hasta entonces en mi garganta,
y que ahora me parecían tan frágiles y vacías,
sólo con que tú las escucharas.
A lluvia.
Se sentían de lluvia esos momentos,
entremezcladas las gotas con el repiqueteo de un reloj,
una carrera esférica que siempre acababa
demasiado pronto en las agujas.
A humo.
Se desvanecían como el humo las preocupaciones
cuando tú, mirándome con tus ojos grises,
decías que todo iba a salir bien.
A ti.
Sabían a ti aquellas tardes de invierno.
Eras tú su olor, su sentido.
Y tú te desvaneciste con ellas.
Demasiado pronto en el tiempo.
Pero gracias por todos los cafés saturados de azúcar, y por escucharme. Gracias.
miércoles, 31 de marzo de 2010
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2 comentarios:
Me encanta este.
Precioso.
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